Siekopai: una cultura de resistencia territorial

Posted by Alianza Ceibo

Estaba en la comunidad Siekopai de Wajoya, parado en la parte más alta de la loma, cuando sentí que fue allí precisamente donde ocurrió la batalla. «Aquí es la historia, el centro de la lucha, el centro de la resistencia. Aquí es donde se habían instalado los grandes troncos que utilizaron los Siekopai para defenderse en el gran combate», pensé.

En ese momento recordé el origen de nuestra nación, cuando llegaron los Jesuitas y nos llamaron los encabellados. Mi abuelo decía que éramos una gran nación. Pero, ¿por qué somos Nación Siekopai? La cultura Siekopai es un legado espiritual, un legado cultural de los seres celestes, de los seres del mundo superior. Mis ancestros se encontraron directamente con los seres espirituales y dijeron, “nosotros queremos vivir con ustedes”.

Vivieron un poco de tiempo con ellos y tuvieron que trasladarse aguas abajo. Estos seres dijeron, “nosotros no podemos compartir más con ustedes”, pero nos dejaron todo ese legado cultural a los Siekopai. De ahí origina el término Siekopai: gente de colores. Sieko significa varios colores, por nuestra pintura facial, por nuestra túnica rayada y por nuestra corona de colores. Mientras que pai significa gente. Gente de una diversidad de colores. Desde ahí empieza toda la historia de una nación. No es que fuéramos un solo grupo, eran varios grupos que hablaban el paikoka.

 

Los Encabellados: colonización, guerras, haciendas y caucho 

 

A mediados del siglo XVIII, un grupo de españoles junto a otros indígenas fueron recibidos por mis ancestros. Ya no tenían comida, entonces les dieron carne y pescado. Pero al parecer algo ocurrió y regresaron después de un año, más o menos. Querían hacer lo mismo, pensaron que les íbamos a recibir con la misma gentileza, pero no fue así. 

Yo presumo que estos señores dejaron alguna enfermedad. Podría ser alguna gripe, como antes no tenían anticuerpos, los Siekopai cayeron enfermos. Entonces se dieron cuenta de que ellos eran los culpables, y cuando volvieron los asesinaron.  

La guerra en la que pensaba mientras contemplaba la montaña casi significó el fin de nuestra nación. Los militares volvieron por venganza, para desquitarse por la muerte de sus compañeros. Los Siekopai se concentraron en el río que en ese entonces se llamó Sotoya, que significa río de las arcillas. Desde ese sitio resistieron. Eran cientos de militares y cientos de indígenas de otros lugares. La lucha era dispareja, pero nuestros abuelos supieron defenderse. 

El guerrero histórico que nosotros hemos escuchado se llamaba Wajosa’ra. Él lideró la defensa, esperando que lleguen los enemigos, así mientras ellos intentaban subir, los Siekopai empezaron a tirar lanzas puntiagudas y troncos. Los invasores no podían escapar. Ahí murieron varios de ellos, pero también muchos Siekopai. Desde entonces, el río se llama Wajoya, que significa «Río de Guerras».

En ese momento, al reflexionar sobre lo que sucedió allí mismo, sentí que vengo de una cultura de resistencia. La resistencia no solamente fue en las batallas, pero también en la época de la esclavitud cauchera y los abusos de los Estados. A pesar de todo, nuestra cultura sigue viva. 

En las décadas de 1930 y 1940, también recordadas por nosotros como la época de los hacendados y el caucho, los Siekopai empezaron a reubicarse. Pero las nuevas dinámicas les obligaron a adquirir objetos y herramientas para vivir, por lo que mucha gente se fue a trabajar en las haciendas que necesitaban mano de obra e insistían en llevarse a las personas para trabajar en pésimas condiciones. 

Mientras vivíamos esta situación vino el conflicto bélico con el Perú, la guerra de 1941. Fuimos separados nuevamente en el proceso y a eso se sumó el tema del caucho y la semiesclavitud. Recuerdo escuchar los nombres de los patrones Paco Carmona y Mauricio Levi

Pero en medio de esa precariedad laboral, nuestros abuelos empezaron nuevamente a unificarse. Mi abuelo me contaba que empezaron a decir «también tenemos que reconstruir, que regresar a nuestros territorios». 

Foto 1 (izq): Comunidad Siekopai de Perú (ILV).  Foto 2 (der): La tercera mujer, desde la izquierda, es mi abuela. Autor: Instituto de Lingüística de Verano

Foto 1 (izq): Comunidad Siekopai con el misionero Orville Johnson, del ILV. La evangelización puso en peligro nuestra cultura. Foto 2 (der):  Fernando Payaguaje, último sabio bebedor de yagé de los Siekopai. Autor: Instituto de Lingüística de Verano

 

Décadas de división de los Siekopai entre dos Estados en conflicto 

 

La guerra del 41 complicó las cosas para los Siekopai. El centro del territorio de nuestra nación fue fraccionado. Unos se fueron hacia el sur y los que estaban en Kokaya y en Pë’këya no pudieron instalarse porque sus territorios fueron declarados como franja de seguridad nacional, y así permaneció por varios años. Cientos de Siekopai, entre ellos mi abuelo y mi tío abuelo, que tiene casi 112 años, quisieron regresar, pero no pudieron. 

Ahora, con las narraciones de ellos, conocemos cómo fueron maltratados. Les decían, «tú eres peruano», y cuando pasaban al otro lado decían, «pues eres ecuatoriano». Y ellos no lograban entender si éramos ecuatorianos o éramos peruanos. Lo único que sabían es que éramos Siekopai. Según los límites de los Estados podríamos pertenecer a Ecuador o al Perú. Pero seguimos siendo, desde el fondo del corazón, seguimos sintiendo Siekopai.

Para nosotros el mes de julio empieza a ser como un mes de resistencia territorial. Es el mes donde rendimos tributo a lo que podemos mirar, a nuestro territorio, al bosque donde están las plantas que nos curan y nos enseñan el camino, a nuestros ríos, que son nuestras avenidas y también una de nuestras fuentes de alimentación. Pero, ¿por qué julio? 

Debido al fraccionamiento territorial y la disputa entre Ecuador y Perú, cuando para bien o para mal se firmó el acuerdo de paz entre los dos países, los Siekopai lo vimos como algo positivo. Por lo menos nos sirvió para facilitar el cruce de frontera y volver a conectarnos con nuestros hermanos que quedaron del otro lado. 

Pasaron casi 60 años de división en nuestro territorio. El acuerdo de paz se firmó en octubre de 1998 y en julio del año siguiente los Siekopai de los dos países hicimos un recorrido de reencuentro familiar. Todos los que en su momento fueron separados se volvieron a encontrar, ya en edades avanzadas.

Mi abuela tenía alrededor de 80 años cuando pudo ver a sus hermanos de padre y madre, luego de tanto tiempo, desde la década del 40. Mi abuelo no tuvo la misma suerte y no encontró a su hermano. 

Ellos me contaron que todos los que se reencontraron lloraban de felicidad, se abrazaban con tristeza por los años de separación, pero también de felicidad por volverse a ver. Fue un día enorme en el mes de julio. Un julio de resistencia, de encuentro, de lágrimas y de alegría. Porque después de la lucha también hay que llorar con alegría. 

El gran recorrido de encuentro que hicimos los Siekopai de Ecuador y Perú fue un momento histórico para nuestra nación. Fue un recorrido de sanación. Quizás esas heridas de división, de exclusión, de separación familiar fueron aliviadas ese julio del 99. Mi abuela tuvo un rol protagónico al identificar: «este es tu abuelo, esta es tu sobrina, este es tu tío». Y entonces se empezaron a reconocer.

A partir de allí empezamos con un proceso también de reconstrucción organizativa. Mi tío Elías Piaguaje tomó el liderazgo. Llegó hasta Wajoya y continuó hasta Yubineto—una comunidad en el Perú—para conformar la Organización Indígena Secoya del Perú. Desde entonces estamos en un proceso de reorganización, con la visión de tener una organización binacional para hacer frente a los Estados. 

Pero los golpes que nos dieron la configuración de los Estados y la colonización cauchera no fueron los únicos que recibimos. También nos afectó el tema de las áreas protegidas, que de alguna manera vulnera los derechos territoriales ancestrales. Lo mismo ocurre en el Ecuador y en el Perú. Es difícil entender de quién protegen nuestros territorios, si nosotros vivimos ahí y los cuidamos. Más bien vulneran nuestros derechos, porque entregaron gran parte del territorio ancestral a terceros. 

 

Colonos en territorio ancestral

 

En los últimos años hemos hecho un gran trabajo para legalizar nuestro territorio ancestral, pero seguimos siendo golpeados. Como nosotros tenemos los derechos imprescriptibles sobre nuestra tierra, hemos dejado que sea la justicia la que se encargue de hacer su trabajo. Luego nos dimos cuenta de que fue un error hacerlo. Han pasado casi 14 años de invasiones y el Estado no ha podido desalojar a los colonos de nuestras tierras en Kokaya.

El bosque es nuestra casa y está haciendo deforestado. Está siendo destruido, saqueado. Es indignante vivir todo esto y para nosotros, una nación luchadora, es difícil quedarnos cruzados de brazos. Por esa razón decidimos actuar, y decidimos hacerlo en el mes de julio, por el significado histórico que tiene para nosotros. Es el mes de nuestra resistencia territorial. Es así que emprendimos una acción propia dentro del margen de la ley, para recuperar un territorio de 191 hectáreas que fueron invadidas.  

El 5 de julio de 2021, cansados ya de tanto esperar y de experimentar la inoperancia del Estado, la nacionalidad y sus abogados notificaron pacíficamente a los invasores que serían desalojados. 

 

 

Justino Piaguaje durante una audiencia sobre el territorio ancestral, Quito 2019

 

No sé si pensaron que era un chiste, pero el 7 de julio ejercimos con nuestra fuerza, con nuestras energías Siekopai, una acción de desalojo. Casi 400 Siekopai estuvieron allí participando. Mujeres, jóvenes, incluso niños estuvieron presentes, porque sienten que su territorio es sagrado, que su territorio le da sentido a su vida.

Es el territorio lo que nos brinda respuestas, lo que nos provee de alimentos y medicinas, lo que nos proporciona conocimiento y sabiduría. Sin territorio no hay cultura, sin territorio no hay sabiduría, sin territorio no hay conocimiento, sin territorio no hay idioma, no hay vida plena ni íntegra.

Por eso hicimos ejercicio de nuestro propio derecho, el ejercicio de nuestra propia gobernanza, de nuestra propia autodeterminación. Y quizás de nuestra propia autonomía como pueblos ancestrales.

Sin el territorio, nosotros seguiremos perdidos en el tiempo y en el espacio, tal como nos pasó luego de la guerra con el Perú. Por eso es tan importante para los jóvenes de las futuras generaciones seguir sosteniendo estas luchas. 

Lo del 7 de julio es un ejemplo de los golpes que hemos recibido y de los que siempre nos recuperamos. Nuestra fuerza está en la misma gente, la fuerza espiritual, la fuerza de los jóvenes, de los abuelos, la fuerza del yococito que rasparon para nosotros fue la que nos ayudó ese día. Fue un ejercicio de autonomía, de autogobierno y de autodeterminación que nunca olvidaremos. El legado cultural de los espíritus se puede ver en nuestros rostros. Cuando vamos a la guerra nos pintamos tres rayas en la cara, que caen desde la derecha hacia la izquierda, para desvirtuar las energías del enemigo.

Pensaría que los jóvenes ahora deben encaminar esta lucha. Este es un indicador de que es posible que un pueblo golpeado pueda recuperar su dignidad. Un pueblo pisoteado y al borde de la desaparición dijo «¡no más!». Ese día sentí lo mismo que en Wajoya, cuando estaba contemplando a la comunidad y pude percibir adentro mío los residuos energéticos de la batalla. Porque la resistencia está viva, es parte de nuestra cultura y está fundamentada en nuestro conocimiento. Por eso estamos dispuestos a defendernos siempre, como el 7 de julio, cuando defendimos lo que nos pertenece.

–Justino Piaguaje, julio 2021  

Avatar
Sobre el autor

Alianza Ceibo

Administrador del sitio web de Alianza Ceibo