Hace un año, algunos miembros de la Fundación Alianza Ceibo vinieron a mi comunidad para presentar su trabajo y buscar nuevos perfiles técnicos para trabajar en el programas de paneles solares. Vivo en Baboroe, una pequeña comunidad Cofán a la orilla del Río Aguarico donde vivimos siete familias. Ese día, asistí por curiosidad a la reunión y, aunque no conocía nada del trabajo de técnico, quise involucrarme y recibir una capacitación para ser parte del programa.
Me dí cuenta de la importancia de tener acceso a una fuente de electricidad libre de cualquier tipo de contaminación. Las comunidades que tienen electricidad usan generadores que prenden a partir de las seis de la tarde hasta las nueve de la noche. Esas tres horas de electricidad diaria que tienen un alto costo económico y ambiental, debido a la dependencia al petróleo.
Para poder disfrutar de las tres horas de luz diariamente, se usan alrededor de diez galones de gasolina semanales que las personas tienen que comprar en la ciudad, demorandose entre medio día y día entero en ir y venir, dependiendo de los turnos de los buses. Por lo tanto, las familias con los recursos más bajos no pueden asumir este costo, que además incluye el transporte a la ciudad para conseguir los galones.
El esfuerzo que las comunidades tienen que hacer para satisfacer esta necesidad ejerce presión sobre nuestras vidas y nuestro entorno, ya que debemos cazar y cultivar más de lo normal para tener algo que vender en los mercados y lograr el dinero. Al llegar la noche, una vez prendidos todos los generadores de la comunidad al mismo tiempo, el ruido es tan fuerte que uno se olvida de la tranquilidad que traen los sonidos de la selva.
Después de participar en diferentes talleres de capacitación con la Alianza Ceibo, empezamos la instalación de paneles solares en mi comunidad de Baboroe y, muchas cosas vinieron cambiando: Las familias ya no tuvieron que preocuparse por encontrar la plata necesaria para la compra de gasolina, los niños pudieron estudiar por la noche y las mujeres retomaron sus actividades de artesanía, tal como la elaboración de collares con semillas del monte.
Pero mi experiencia con la Alianza solo estaba empezando; aprendí mucho durante este primer año, viajando a varias comunidades para la instalación de los paneles solares, descubriendo diferentes culturas, idiomas y haciendo muchos amigos de las otras nacionalidades. A pesar de las dificultades, la gente encontraba la manera de colaborar y esto les permitía ir aprendiendo sobre el funcionamiento de los sistemas. La experiencia de trabajo con las demás comunidades, su compromiso en el proceso, fue algo muy enriquecedor.
Recuerdo una anécdota chistosa durante la instalación de un sistema en la comunidad A’I Cofán de Sábalo. Antes de empezar, siempre hacemos un censo en las comunidades para determinar las necesidades de las personas. Cuando estábamos terminando la instalación de un sistema solar, nos dimos cuenta de que la casa estaba ahora ocupada por un señor que era ciego. Nos miramos porque no sabíamos qué hacer, pero uno de los compañeros dijo que no sería necesario poner el sistema porque, con luz o sin luz, ¡el hombre igual no iba a ver! Entonces el compañero propuso que al menos le dejáramos el interruptor… Nos reímos mucho en este momento, pero no quitamos el sistema porque más allá de dar luz, los paneles solares también sirven para hacer uso de aparatos electrodomésticos que mejoran las condiciones de vida de las personas.
Me siento feliz con el trabajo que hemos realizado este año, trabajamos duro y, logramos cumplir con la instalación de ochenta sistemas. Para el próximo año, además de seguir las instalaciones en más de quince comunidades, estaré dando talleres de capacitación a los próximos técnicos integrantes del programa.
Fotos: Hanna Witte – Love For Life.
Sobre el autor
Ignacio Criollo
Equipo A'i Kofan