Nuestros abuelos solían decir que los ríos son sagrados porque son seres vivos, tienen su carácter y sus exigencias. Para los A’i Kofan, ser hombre es saber mostrar respeto y humildad hacia nuestro entorno; tanto como el agua nos brinda la vida, también nos la puede quitar.
Yo nací en la comunidad de Dureno, al borde del Río Aguarico. Tenía seis años cuando llegaron las petroleras, y me acuerdo del primer día en que caminé por la orilla del río con los pies manchados de negro de una sustancia que tenía un olor muy fuerte. Petróleo lo llamaban, nosotros le decíamos “sucio” y nunca lo habíamos visto antes.
En ese entonces, no hablábamos castellano y aunque no sabíamos lo que estaban haciendo estas máquinas grandes que hacían vibrar la tierra, nos dimos cuenta de que algo no estaba bien. Nadie nos vino a explicar porqué nuestros niños empezaron a enfermarse, porque sufrían de diarrea y de deshidratación, porqué las mujeres daban a luz antes de terminar sus embarazos y los niños recién nacidos tenían problemas de malformación, porqué se multiplicaban los casos de abortos y de problemas ginecológicos, por qué la gente se quejaba de dolor de cabeza, de estómago, de mareos y porqué aparecieron infecciones en la piel de mi familia.
A medida que nuestro territorio estaba siendo perforado, la comunidad se enfermaba. Sin embargo, ni nuestros chamanes, ni nuestra medicina nos podían dar explicación o cura de este nuevo mal que nos estaba afectando.
A los doce años, ya era un hombre; sabía pescar, cazar y trabajar nuestra chagra. Cuando me casé a los dieciséis años, mi esposa quedó embarazada de nuestro primer hijo un año después. El niño nació prematuro y enfermo por causa de los altos niveles de contaminación del agua. Nuestro primer hijo falleció a los seis meses.
El tiempo pasó y nació nuestro segundo hijo. Una tarde, después de bañarse en el Río Aguarico, él regresó a casa y empezó a vomitar muy fuerte. Veinticuatro horas después, nuestro segundo hijo falleció.
Desde ahí, decidí hacer algo para que mi comunidad no tenga que ver a sus hijos desaparecer unos después de otros. Me fui a estudiar un año para ser promotor de salud, aprendiendo de la medicina occidental y recibiendo una capacitación en primeros auxilios. Regresé a Dureno para enseñar cómo y porqué hoy día teníamos que cambiar nuestras prácticas y hábitos para no enfermarnos, lo que sería muy difícil. Cuando la gente se dio cuenta poco a poco de que el problema venía del agua, intentamos encontrar nuevas fuentes de agua, cavando pozos en la tierra o recolectando el agua de lluvia.
Rápidamente, vimos que el agua de lluvia que se recolectaba tampoco era sana y necesitaba un sistema de filtración especial. Una consecuencia de los mecheros en las plataformas petroleras es que queman gas de manera continua y producen un humo que recae con la lluvia, contaminando el agua.
Esta situación fue una de las razones que ha impulsado la creación de la Alianza Ceibo. La falta de agua limpia afecta a la vida de nuestros familiares en varios niveles y, las consecuencias y afectaciones son tanto físicas como psicológicas. La implementación de los sistemas de filtración de agua de lluvia nos ha permitido reducir drásticamente los problemas de salud, a la vez que permite a la gente vivir de manera digna a través del empoderamiento y control sobre sus vidas. El agua es un derecho, y garantizarla es defender la vida de nuestros hijos. Porque cuando la tierra sufre, el agua castiga y ya hemos pagado con nuestras vidas el daño que las empresas han hecho al territorio.
Desafortunadamente, mi historia no es propia a la nacionalidad A’i Kofan. De la misma manera que mi pueblo tuvo que adaptarse y cambiar sus prácticas y modos de vida para sobrevivir, también sufrieron los Siona, Siekopai y Waorani. La naturaleza tiene sus leyes y faltarle el respeto siempre tiene consecuencia.
Sobre el autor
Emergildo Criollo
Equipo A'i Kofan