Desde la llegada de las compañías petroleras al Parque Nacional Yasuní, han habido varias repercusiones sobre las comunidades Waorani que viven en los alrededores de los pozos petroleros. Una vez que llegaron las empresas extractivas, los hábitos de la comunidad empezaron a cambiar; la búsqueda de dinero se convirtió en una preocupación central, la que cambió nuestra manera de relacionarnos con el entorno y afectó de manera violenta la identidad y la cosmovisión de mi nacionalidad.
Algunos de los hombres fueron empleados por las compañías en condiciones laborales duras, recibiendo un salario mínimo. Éste trabajo es una de las pocas fuentes de ingresos para las familias. Otra actividad de sustento económico es la caza — no para el consumo interno, sino para la venta en los mercados — lo que genera una presión desmedida sobre la fauna del territorio. Mientras más se vende, más se consigue dinero. Sin embargo, entre más se enriquecen las familias, más se empobrece el territorio.
La Asociación de Mujeres Waorani ha logrado también el mejoramiento de la educación de los niños en las familias, ya que las mujeres pueden responder por los gastos de útiles escolares, uniformes y el costo del transporte al colegio.
Ambas actividades están realizadas por los hombres, quienes administran el dinero y deciden en qué invertirlo, sin que las mujeres puedan opinar. Dentro del Parque Nacional Yasuní, las compañías petroleras abrieron varios caminos dentro de la selva y crearon unos lugares llamados “ferias”, donde los trabajadores encuentran diferentes tipos de distracción y donde la cerveza reemplaza la chicha tradicional. El alcoholismo se convirtió en un problema central para los Waorani de la zona; una nueva adicción que permitió a las empresas ejercer un control sobre la población. La feria más conocida es la de Pompeya, ubicada en el bloque de la empresa Repsol.
El uso del dinero es un tema que genera tensiones dentro de las comunidades y de las familias. Hace diez años, a iniciativa de las abuelas y sabias de las comunidades de Meñempare, Gareno y otras comunidades de las provincias de Pastaza, Napo y Orellana, ellas decidieron organizarse y crear la Asociación de Mujeres Waorani para suplir al desequilibrio inducido por las nuevas relaciones de poder. Mediante el desarrollo de actividades socio-económicas, como la elaboración de artesanía típica (hamacas, bolsos, redes para coger el pescado, collares, etc.) o la fabricación de chocolate orgánico con cacao sembrado y cosechado artesanalmente, las doscientas mujeres de las tres provincias lograron adquirir una autonomía financiera sostenible que les permite hacer frente al machismo y minimizar la comercialización ilegal de carne silvestre. Tengo mucha admiración por estas mujeres valientes y luchadoras que están asumiendo el papel de defensoras activas de nuestro territorio ancestral Waorani.
Mi trabajo en el Programa de Mujer y Familia de la Alianza Ceibo me ha permitido acercarme a las mujeres y escuchar las dificultades que enfrentan mientras construyen soluciones colectivas y duraderas. Del mismo modo, el trabajo me ha permitido reencontrarme con las prácticas tradicionales de mi nacionalidad, abriendo espacios de diálogo entre las diferentes generaciones, reavivando así saberes ancestrales para que nuestros hijos no olviden que mientras cantamos, bailamos, tejemos y moldeamos el barro, damos sentido al mundo a la vez que reafirmamos nuestra identidad.
Sobre el autor
Norma Nenquimo
Equipo Waorani